¿MALAS MEDICIONES? MALAS DECISIONES…

Medir nos permite tomar decisiones. Queremos saber cómo funciona algo: un proceso, un sistema, un fenómeno, y hacer algo al respecto.

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La metrología está más presente en nuestra vida de lo que podríamos suponer. Todos tenemos, al menos, una mínima noción de lo que significa medir. Sin entrar en formalidades propias de los metrólogos, podríamos resumir al proceso de medir como la acción de obtener de cierto objeto, proceso o fenómeno el valor de alguna magnitud: el peso de una persona, la temperatura de un horno, la presión de un gas.

Esto tiene que poder expresarse como un número y una referencia:

Peso de María = 65,4 kg (número = 65,4 ; referencia: la unidad “kilogramo”)

El valor de esta magnitud se obtiene empíricamente. Es decir, hay que hacer la medición necesariamente. No se puede suponer. Para saber el peso de María, utilizaremos algún instrumento. Necesitaremos una balanza.

Pero, ¿cuál es la finalidad de medir? ¿Por qué debemos asegurarnos, por ejemplo, de que los instrumentos que utilicemos sean los adecuados y sean confiables?

Medir nos permite tomar decisiones. No importa el contexto, cuando medimos lo hacemos por alguna razón específica. Queremos saber cómo funciona algo: un proceso, un sistema, un fenómeno, y hacer algo al respecto. O no hacer nada, pero de manera deliberada.

Cuando vamos al médico a hacernos un chequeo periódico nos suele pedir que nos hagamos una analítica. Un análisis de laboratorio de determinados parámetros de nuestro organismo está compuesto por muchas mediciones.

Cuando cargamos combustible en nuestro vehículo, hay mediciones involucradas. Dentro del vehículo también existen mediciones: la velocidad, el nivel de combustible, la temperatura del motor.

Si observamos detenidamente, en todos los casos hay decisiones asociadas a los resultados de cada medición.

Volvamos al ejemplo del laboratorio de análisis clínicos. Un resultado del nivel de colesterol total proviene de una medición específica. Este resultado nos dirá si nuestro nivel de colesterol en sangre está dentro de los parámetros que se consideran seguros, o no. Si estamos por encima de 200 mg/dl en sangre, se considera que tenemos hipercolesterolemia. Con seguridad, debemos cambiar nuestro estilo de vida. Dieta, medicación, lo que sea que prescriba nuestro médico. ¿Qué pasa si el equipamiento que se utiliza para determinar este valor no está funcionando correctamente? Si cuando arroja 200 mg/dl debería haber indicado 180 mg/dl. Lo cierto es que nuestro colesterol total estaría dentro de parámetros normales. Pero una mala medición nos llevó a hacer un tratamiento innecesario. Al menos inadecuado para nuestra realidad. Es decir, nos llevó a tomar una decisión incorrecta.

Una persona que desee donar sangre pasa por una serie de controles (¡mediciones!) previos para considerarse apto: tensión arterial, peso, pulso, hemoglobina… En fin, si el criterio de aceptación de un donante por su tensión arterial es, por ejemplo:

  • Presión arterial sistólica (“alta”)  entre 90 y 180 mmHg
  • Presión arterial diastólica (“baja”) entre 60 y 100 mmHg

y (por alguna razón) el tensiómetro utilizado mide incorrectamente, corremos dos riesgos:

  • Aceptar un donante no apto (riesgo para el receptor).
  • Rechazar un donante apto (pérdida de oportunidad de contar con un donante más).

Mala medición, mala decisión.

En un campo tan crítico como la medicina los resultados de mediciones deben ser altamente confiables. Aquí un resultado incorrecto puede llevar a:

  • Diagnósticos erróneos.
  • Tratamientos innecesarios o indebidos.
  • Cualquier decisión que puede resultar perjudicial o fútil para el paciente.

Esta es solo una aplicación del concepto. De manera análoga, podemos trasladarlo a cualquier ámbito que se nos ocurra:

  • Mediciones en procesos industriales: temperatura de fermentación del vino, velocidad de una cinta transportadora, peso de un palet.
  • Mediciones en operaciones comerciales: volumen de combustible, peso de mercadería, energía eléctrica consumida.
  • Meteorología: temperatura ambiente, humedad, presión atmosférica, velocidad del viento.
  • Controles de tránsito: velocidad del vehículo, niveles de alcohol en sangre del conductor, peso de un camión.

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